jueves, 8 de marzo de 2007

El primer murciélago

É

rase una vez, largo tiempo atrás, en un acogedor bosque húmedo y lleno de vida, una pequeña madriguera; en ella habitaba una pequeña familia de ratones de campo formada solamente por la abuela, la madre y el único hijo que aún no había marchado del cuidado materno. La abuelita, que era muy mayor se pasaba el día arreglando la casa; que si haciendo la delicadas camas de paja donde cada noche dormían para resguardarse del frío que azotaba el bosque todas la noches, también se dedicaba a hacer las comidas, la abuela ratón siempre había sido una gran cocinera. La madre ratón; en cambio, se dedicaba a recolectar alimentos bien para que la abuela los cocinara o bien para poder guardarlos en la despensa que tenían en su pequeña madriguera con el propósito de poder pasar el gélido y duro invierno sin ningún tipo de problema de provisiones.

El hijo, en cambio, se dedicaba el día a estar estirada observando el cielo… Observaba a los insectos que, con sus diminutas alas, volaban sobre su cabeza, posándose allí y allá en su continua busca de alimento; observaba también a los delicados pajaritos que revoloteaban por entre las ramas de los más altos árboles mientras entonaban hermosos cantos de los cuales solo ellos comprendía la letra, pues el idioma pájaro era muy complicado como para aprenderlo sin ser un pájaro. Y, también observaba a grandes aves, muchas de las cuales eran enemigas suyas, las observaba desplazarse en silencia entro los árboles en busca de algo con lo que alimentarse, más de una vez habían encontrado su alimento en el pequeño ratón, aunque nunca pudieron atraparle, siempre conseguía escapar por los pelos, bueno, en una ocasión, por la oreja; recordaba aquel día con total perfección: había estado todo el día en las nubes (como de costumbre) mirando todas las criaturas que surcaban el aire… Cuando de repente una horrible sombra se abatió sobre su pequeño cuerpo. El ratoncito al girarse dio de bruces con la horrible faz de un ave rapaz. Asustado, intentó escapar; sin embargo, la rapaz consiguió sujetarlo con sus poderosas garras… Si no hubiera sido por la sangre fría del ratoncito, que mordió con todas sus fuerzas las amarillas garras de la rapaz, ahora mismo estaría muerto; como consecuencia de aquel altercado había perdido media oreja que el ave consiguió arrancarle antes de ser mordida por el roedor.

La verdad era que el verdadero sueño del pequeño ratón de campo era surcar los cielos, su obsesión era tal que su día a día consistía únicamente en vislumbrar seres voladores…

Un día, mientras se encontraba en lo alto de una roca, vestida de un tupido y fresco musgo del verde más brillante jamás visto, una voz, rasposa y vieja, habló detrás de él:

- Vaya, vaya; parece que te gustan los animales voladores… ¿verdad?

El ratoncito se volvió; para observar un ser que jamás había visto, unos largos cabellos canosos, secos, nacían de una anciana cabecita con dos grandes ojos rojos. En la espalda dos extrañas telas parecidas a las alas de las libélulas.

- ¿Que eres? – preguntó extrañado el roedor

- Soy una hada, mi nombre es Diad

- ¿Una hada? Creía que solo existíais en las más increíbles fantasías… Y dime Diad, ¿puedes volar?

1 comentario:

ANIEL dijo...

Quiero la continuacioon!! =)
Me encantan este tipo de historias, y espero que tenga un final feliz.

Hace un tiempo ley "Juan Salvador Gaviota", me encanta este librito, está tan bien narrado que se puede sentir todas las piruetas y esfuerzos que Juan Gaviota hace para volar cada vez mejor. Si se lee este libro abstrayéndose de si es de tema religioso o no, es una recomendable lectura.

Besotees!